Ha pasado demasiado tiempo. Siempre ha pasado demasiado tiempo cuando se trata de reencontrar a un amigo. Emilio abre la puerta y halla tras ella a Jean Jacques con aspecto cansado; sonriente, pero cansado. Sobre la inesperada felicidad del reencuentro planea, pues, una nube oscura de dudosos presagios.
E.- ¡Maestro! No puedo creer lo que mis ojos ven. ¿Qué hacéis aquí? ¡Qué
inmensa sorpresa! Pasad, por favor, acomodaos.
J.J.- Emilio, mi querido Emilio. Es tan reconfortante volver a verte.
La impresión de un fatigado viaje conmueve a Emilio y le hace olvidar sus propios pesares de hace unos instantes.
E.- ¿Os encontráis bien, Jean Jacques?
J.J.- Sí, Emilio, no sufras. Todo mi pesar se desvanecerá de inmediato al compartir contigo palabras y viandas, camino o reposo. Es la carencia de estos antiguos y sencillos placeres lo que más necesito.
La luz comienza a declinar, aunque el día va ganando poco a poco vuelo a estas alturas del invierno. Emilio atiza el fuego para contrarrestar otro remolino de aire frío que se cuela por alguna parte. Dominando sus deseos de formular tantas preguntas, se dirige a la despensa y porta algunos víveres junto a un aromático vino. Jean Jacques observa el fuego, el silencio. Cruza algunas miradas cómplices con su discípulo mientras éste le sirve. Sin hablar, lentamente, levanta el pan, decanta vino sobre su copa y prueba bocado de un robusto queso bien curado.
J.J.- ¿Recuerdas, Emilio, cómo empezó todo?
E.- Sí, maestro. Todo comenzó en el silencio.
J.J.- Así es. Caímos en el silencio para morir en él y fue, sin embargo, nuestro renacimiento. Es por ello que no entiendo el porqué.
E.- ¿A qué os referís?
J.J.- No entiendo qué puede ser tan importante para que nuestro destino haya iniciado una nueva etapa en un mundo tan complejo y tan triste. He intentado preservarte de mis dudas durante algún tiempo, recluido en esta villa, para tratar de comprender y permitirte una adaptación más natural.
E.- No ha sido fácil, Jean Jacques. El tiempo se volvía ya en mi contra.
J.J.- Lo suponía.
E.- ¿Y habéis comprendido ya?
J.J.- Sí, pero mi preocupación es ahora mayor.
La conversación se detiene. El crepitar de las llamas ayuda a hilvanar los pensamientos, con su indescifrable y tierno lenguaje ancestral.
Las miradas descansan en el frío. Tomando aliento se desplazan torpemente del fuego a las vituallas y de la mesa al amigo, pero las palabras pesan cada vez más y el reloj desmiente todas las certidumbres menos una.
E.- Es tarde, maestro. Descansemos.