sábado, 24 de octubre de 2015

OMAR KHAYYAM EN EL CUADERNO DE ZENÓN


           «Sueño sobre la tierra. Sueño bajo la tierra. Sobre la tierra, bajo la tierra, cuerpos que yacen. Por doquiera es la nada. Desierto de la nada. Seres que llegan. Seres que se extinguen.»

Rubaiyat
Omar Khayyam  [1048 – 1131]


miércoles, 14 de octubre de 2015

LOU MARINOFF EN EL CUADERNO DE ZENÓN



           «Igual que los músculos, la voluntad se fortalece mediante el ejercicio regular.»

El poder del Tao
Lou Marinoff
2011


domingo, 4 de octubre de 2015

LAS DESPEDIDAS

                Todas  las despedidas se ocultan en la noche, donde nos saben firmemente vulnerables. La noche de Jean Jacques, la noche de Emilio, la noche de la soledad y de la ausencia, de la impotencia, de la desesperación.
                Había contado las horas, las respiraciones, los murmullos. Y ya no creía que despertaría. Había anotado frases aparentemente inconexas de sus sueños para descubrir después que eran versos, que se comunicaba conmigo.
                No eran versos de despedida; eran versos de esperanza. ¿Qué hacer con un hombre que está donde desea? ¿Cómo despertarlo para hacerle regresar si estaba descubriendo algo más allá de la vida y de la muerte?
                La noche de sus sueños era la despedida; la despedida entre el maestro y el alumno. Él me dictaba su esperanza. Yo recogía los versos entre la desesperación. 
                Fueron días grises, húmedos. La calle estaba insólitamente bulliciosa, como si la fiebre se contagiara por las calles. La frente de Emilio también sufría.
                Aquellos días Zenón se ocupaba de los quehaceres de la casa y del pequeño negocio ambulante de su padre. Siempre que podía, me acompañaba en los cuidados de Emilio, pero no mostraba preocupación.
                Hasta que una tarde empeoró manifiestamente. Zenón estaba lejos. Le avisé por teléfono para que regresara lo antes posible y me dijo algo que no olvidaré nunca: “Tal vez debas ayudarle a nacer a una nueva vida”.
                Después de tres o cuatro horas de lucha, y antes de que llegara su hijo, Emilio dejó de respirar, quedó en silencio. No puedo negar que percibí claramente el aroma de la serenidad, supongo que había llegado a un cierto estado de aceptación. Besaba su tibia mejilla cuando Zenón entró por la puerta. Me vio y comprendió. Se acercó a su padre, lo tomó de la mano y le dijo: “Ya estoy aquí, papá. Ya estoy aquí.” Sus lágrimas asomaban sin rubor. No recordaba haber visto llorar a mi hijo siendo adulto.
                Pero entonces dirigió su mirada hacia mí con un gesto de sorpresa. No entendí. Me mostró la mano de su padre, que agarraba la suya. Emilio tomó aire profundamente.