Siempre llamó mi
atención aquel palanganero de madera con espejo, aguamanil y jofaina que la
abuela tenía junto al vestidor de su alcoba. Cuando llegó el agua corriente el
tiempo lo llenó de telarañas, lo arrinconó y fue carcomiendo su solidez. Pero un
día me encontré de nuevo frente a frente con aquel secreto espejo sin ver nada
en él. Retiré el polvo delicadamente desde el terco óvalo hasta cada uno de sus
ancianos recovecos, llené en la fuente el aguamanil, vertí su contenido con devoción
en la jofaina, me lavé la cara con ambas manos dejando que el agua resbalara
cosquilleando por la fisonomía de mi edad y miré de nuevo en él. Y sí, al fin me vi, en efecto, cuarenta años más joven.