jueves, 4 de julio de 2013

TODOS LOS TIEMPOS; EL TIEMPO

                El cauce del río se había desbordado en numerosos  puntos, había arrastrado huertos, paredes, jardines, árboles, puentes, casas, había marcado perfectamente la dimensión de su poderío. Y ahora, varios días después de aquel episodio, lo observábamos de cerca, desde la orilla,  Zenón y yo.
                Los saltos, los remolinos, el penetrante rumor de su caudal  lograron enmudecer nuestras conciencias humildemente.
                Hasta que Zenón observó: “El agua que vemos pasar es el momento, pertenece a este momento. Luego viajará hacia otra parte, volverá a nacer en alguna fuente de otro lugar del planeta y volverá a ser el paso de un momento en un lugar determinado.”
                Estábamos allí y era el mismo elemento. Otros lugares, otros tiempos: en este instante, el agua que fue cauce en el Nilo de Alejandría pasa ante nosotros; ahora, la que en forma de nieve azotaba al ejército de Napoleón en las llanuras rusas; un poco más tarde, la que empapaba el uniforme de un soldado muerto en las playas de Normandía. O, ¿por qué no?: esta que pasa ahora pudo ser el suave chubasco que acompañó a los amantes de una hermosa noche en París; aquella que viene debió de  ser la que mojaba los tobillos de una bella nadadora presta a entrar en la mar en una mediterránea mañana de junio y la que veo más arriba pudo formar parte de las nubes que, adquiriendo un espectacular color cobrizo, quedaron plasmadas en un cuadro que nunca olvidaremos.
                Zenón introduce su mano en el cauce y siente el paso de la historia. “Dentro de mucho, mucho tiempo, alguien podrá sentir que el agua que observa fue la que nos acompañó en este instante, papá”