sábado, 4 de mayo de 2013

EL YO EXPECTANTE


               La única verdad en mi vida, ahora lo sé, es que todo aquello que importa ha llegado a mí sin que yo fuera en su busca. Antes al contrario, cuando he buscado obstinadamente lo imposible no había de alcanzar jamás mi objetivo. Mi trabajo, mi hijo, el regreso de Emilio y del maestro Rousseau, todo ha llegado sin que las expectativas ni las urgencias me estuvieran cegando.
               ¿Cuál es, pues, el estado en el que debo observar la vida? ¿Quiere decir esto que he perdido por el camino hechos relevantes por no saber permanecer expectante?
               No se trata de ingresar en la pasividad. Percibo perfectamente lo que significa dejar hacer a todo aquello que no forma parte de mi acción. Pero mi acción es la manera en que ejecuto la parte que me corresponde en esta danza armoniosa del destino: tanto más gozo como madre cuanto mayor es la seguridad de Zenón al tomar sus propias decisiones, tanto mayor es mi amor por Emilio cuanto más muestra su conciencia de fragilidad y su inmunidad a cualquier clase de miedo, cuánto mayor puede ser mi admiración por Jean Jacques si su silencio es tantas veces el paisaje de una desolación futurible contra la que no deja nunca de luchar.
               Yo todavía soy una inexperta navegante, todavía siento que las amenazas se conjuran en mi contra por una extraña animadversión, no he conseguido asumir que no soy el centro de todo. Por ello el maestro me dice que allá fuera –en la periferia- se vive más tranquilo. Pero en contadas ocasiones me he sorprendido observando los acontecimientos con una cómoda distancia, permitiendo que fluyan a mi alrededor sin que ninguna corriente me arrastre y puedo asegurar que es confortable, extraordinariamente confortable.
               Y cada vez, con algo de entrenamiento, de guía y perseverancia soy más un “somos”, un “nosotros”, soy menos yo. Y conforme abandono ese yo, dejo atrás su pesada conciencia del ayer, sus exigencias de ser más que, su miedo a la muerte, y todo lo que me rodea. Y voy fundiéndome en ese entorno, soy ese entorno, comparto sus dolencias, su fertilidad, su diversidad, su variabilidad, su esencia. Ya son mis dolencias, mi fertilidad, mi diversidad, mi variabilidad, mi esencia.
        De modo que la casa, nuestra casa, guarda silencio esta noche mientras todos compartimos la cena, mientras gozamos lentamente de los aromas y los apetitos, mientras comprendo claramente que es el estado expectante en que el nosotros explora el porvenir.