En estos días me conmueve la serenidad de la casa al
amanecer. Aprovecho el primer aliento de luz, pálido todavía, irreal,
ultramundano. Y delecto la fantasmal apariencia de todo lo que cobijaba la sombra
antes de que la luz abrasare su intimidad secular.
De este modo ramonea mi mente las ideas, mordisquea aquí
y allá los brotes y busca cada mañana pastos nuevos.
Con el amanecer de hoy ha venido a mí una idea tentadora:
la de una nueva humanidad a imagen y semejanza de un frondoso bosque en el que
los árboles concibiesen la realidad a la inversa: las raíces sería sus cabezas,
los troncos sus cuerpos y las ramas sus extremidades. Largas raíces como
nervaduras conectarían a unos con otros en una única conciencia, en una red
social densa y solidaria, a la vez que otras especies compartirían la
fertilidad de ese medio social/forestal creando un floreciente espectro de
biodiversidad eco-sciente.
Y esta es la imagen que me ha evocado tu pregunta, Zenón,
un escenario que me ha permitido reflexionar de modo ordenado y productivo. No
ha sido fácil, créeme, como difícil debe de ser para ti soportar el peso de
nuevas responsabilidades y la incertidumbre del corolario de tus primeras decisiones
trascendentes.
Por todo ello, trataré de ilustrarte.
Podría decirse a priori que el don de elegir descansa
sólidamente sobre la premisa de la libertad y la individualidad. Pero en la
mayoría de las ocasiones –y en mayor grado cuando la trascendencia es percibida
con angustia- lo único que nos acompaña es el miedo, lo cual desemboca a
posteriori en todo tipo de gratuitas justificaciones sobre la falta de libertad
e independencia como las causas de nuestras desastrosas decisiones.
Generalmente tenemos la osadía de atrevernos a realizar
elecciones sin considerar elementos indispensables para ello: ¿sabemos todo lo
que hay que saber?, ¿conocemos las posibles consecuencias de nuestras
decisiones?, ¿elegimos lo que realmente queremos, lo que honestamente
necesitamos?, ¿nuestra elección está dentro de nuestras posibilidades reales?
Volvamos a metáfora de la foresta.
Si somos como árboles invertidos, esto nos conduce a una
imagen muy sugerente: nuestra conciencia como una enmarañada red de conexiones
que brotan de nuestro yo como esplendentes raíces. ¿Es posible que un individuo
tome una decisión en este ambiente de manera independiente, sin afectar a su
entorno, sin el conocimiento de su propia naturaleza y de las condiciones que
perpetúan la armonía de su especie y del hogar que la sustenta? No. Desengañémonos.
Sencillamente es imposible.
¿Es razonable creer que nos pertenece lo elegido? En todo
caso somos nosotros los que quedaremos comprometidos con ello. Si todas
nuestras decisiones conducen al crecimiento y a la madurez, lo elegido ha de ser deseado, trabajado,
conquistado, construido, perfeccionado y firmemente compartido. Debes
custodiarlo como tu más íntimo tesoro hasta que lo entregas a su próximo
depositario, ya sea esto una vocación, el amor, un libro, tu hogar, el aire que
respiras o el agua que bebes o con la que te purificas.
De acuerdo, toda elección es imperfecta, pero sus circunstancias
son irrepetibles y el resultado revisable. De ello nacen nuevas y fértiles
conexiones que nos anuncian próximos dilemas y requieren toda nuestra atención,
toda la tensión vital de modo que podamos sentirnos indispensables, porque no
hay bosque sin árboles y no habrá árboles si no hay bosques.
No dejes de pensar en ello, Zenón. Cultívate sin descanso
y vigoriza permanentemente tus sentidos, así como tu constelación de
conexiones.
Como cualquier otro arte, has de ver este que nos ocupa
como un aprendizaje, un proceso. En lo referente a su ejecución, ganarás con el
tiempo en precisión y en belleza. Buscarás sin vacilar el fundamento de todas
las preguntas. Hallarás en el sobrio discurso de la alborada las respuestas
mañana. Y algún día –estoy seguro- custodiarás y dignificarás mi legado.
Entonces ya no te cuestionarás sobre ciertos propósitos, créeme, será la hora
de elegir, al fin, si es el momento de pasar de discípulo a maestro.