jueves, 4 de abril de 2013

EL ARTE DE ELEGIR

            En estos días me conmueve la serenidad de la casa al amanecer. Aprovecho el primer aliento de luz, pálido todavía, irreal, ultramundano. Y delecto la fantasmal apariencia de todo lo que cobijaba la sombra antes de que la luz abrasare su intimidad secular.
           De este modo ramonea mi mente las ideas, mordisquea aquí y allá los brotes y busca cada mañana pastos nuevos.
           Con el amanecer de hoy ha venido a mí una idea tentadora: la de una nueva humanidad a imagen y semejanza de un frondoso bosque en el que los árboles concibiesen la realidad a la inversa: las raíces sería sus cabezas, los troncos sus cuerpos y las ramas sus extremidades. Largas raíces como nervaduras conectarían a unos con otros en una única conciencia, en una red social densa y solidaria, a la vez que otras especies compartirían la fertilidad de ese medio social/forestal creando un floreciente espectro de biodiversidad eco-sciente.
            Y esta es la imagen que me ha evocado tu pregunta, Zenón, un escenario que me ha permitido reflexionar de modo ordenado y productivo. No ha sido fácil, créeme, como difícil debe de ser para ti soportar el peso de nuevas responsabilidades y la incertidumbre del corolario de tus primeras decisiones trascendentes.
            Por todo ello, trataré de ilustrarte.

            Podría decirse a priori que el don de elegir descansa sólidamente sobre la premisa de la libertad y la individualidad. Pero en la mayoría de las ocasiones –y en mayor grado cuando la trascendencia es percibida con angustia- lo único que nos acompaña es el miedo, lo cual desemboca a posteriori en todo tipo de gratuitas justificaciones sobre la falta de libertad e independencia como las causas de nuestras desastrosas decisiones.
           Generalmente tenemos la osadía de atrevernos a realizar elecciones sin considerar elementos indispensables para ello: ¿sabemos todo lo que hay que saber?, ¿conocemos las posibles consecuencias de nuestras decisiones?, ¿elegimos lo que realmente queremos, lo que honestamente necesitamos?, ¿nuestra elección está dentro de nuestras posibilidades reales?
          
           Volvamos a metáfora de la foresta.
        Si somos como árboles invertidos, esto nos conduce a una imagen muy sugerente: nuestra conciencia como una enmarañada red de conexiones que brotan de nuestro yo como esplendentes raíces. ¿Es posible que un individuo tome una decisión en este ambiente de manera independiente, sin afectar a su entorno, sin el conocimiento de su propia naturaleza y de las condiciones que perpetúan la armonía de su especie y del hogar que la sustenta? No. Desengañémonos. Sencillamente es imposible.
          ¿Es razonable creer que nos pertenece lo elegido? En todo caso somos nosotros los que quedaremos comprometidos con ello. Si todas nuestras decisiones conducen al crecimiento y a la madurez,   lo elegido ha de ser deseado, trabajado, conquistado, construido, perfeccionado y firmemente compartido. Debes custodiarlo como tu más íntimo tesoro hasta que lo entregas a su próximo depositario, ya sea esto una vocación, el amor, un libro, tu hogar, el aire que respiras o el agua que bebes o con la que te purificas.
          De acuerdo, toda elección es imperfecta, pero sus circunstancias son irrepetibles y el resultado revisable. De ello nacen nuevas y fértiles conexiones que nos anuncian próximos dilemas y requieren toda nuestra atención, toda la tensión vital de modo que podamos sentirnos indispensables, porque no hay bosque sin árboles y no habrá árboles si no hay bosques.
          No dejes de pensar en ello, Zenón. Cultívate sin descanso y vigoriza permanentemente tus sentidos, así como tu constelación de conexiones.
         Como cualquier otro arte, has de ver este que nos ocupa como un aprendizaje, un proceso. En lo referente a su ejecución, ganarás con el tiempo en precisión y en belleza. Buscarás sin vacilar el fundamento de todas las preguntas. Hallarás en el sobrio discurso de la alborada las respuestas mañana. Y algún día –estoy seguro- custodiarás y dignificarás mi legado. Entonces ya no te cuestionarás sobre ciertos propósitos, créeme, será la hora de elegir, al fin, si es el momento de pasar de discípulo a maestro.