jueves, 4 de octubre de 2012

ELOGIO DE LA CONVIVENCIA


                La soledad no es una opción, Sofía.  Lo queramos o no, ya no existe anecúmene. Todo está marcado por la huella de la sociedad. Incluso en los lejanos prados de las montañas donde te buscábamos  la cultura estaba presente en caminos, cultivos, aldeas, fincas, redes de transporte de energía, basura, taludes, canales, ruido de aviones, etc., etc.
                El ser humano es bipolar. Somos naturaleza en lo físico y sociedad en lo cultural. De ahí mi particular aventura con Emilio. Pero en toda educación hay una búsqueda del yo, una identificación del ser natural y el ser socio-cultural. La conciencia de sí es lo primero.
                La paradoja es que no hay conciencia de sí sin la conciencia del otro. Por eso la soledad no es una opción. Por tanto, si nuestro designio es convivir, vale la pena reflexionar sobre qué significa la convivencia.
                Convivir es, en principio, vivir con el otro. No es vivir del otro, no es vivir por el otro, ni para el otro, ni vivir sin el otro como ya he argumentado. No es vivir contra el otro, ni vivir desde el otro. En fin, todo esto no hace más que enfatizar el carácter de extrema  igualdad que significa el concepto convivencia. Convivir es vivir en armonía.
                Me gusta pensar, como he leído alguna vez, que la armonía es el equilibrio de las proporciones entre las distintas partes de un todo, con un resultado que denota habitualmente un cierto grado de belleza. Pero ello plantea preguntas en el caso de que esa unidad entendida como un todo sea una sociedad.

               
                Pero, maestro, si una sociedad debe armonizar sus partes ¿qué grado de comunicación ha de existir entre ellas? ¿Es posible un entendimiento entre sus partes si la comunicación es monopolizada por una de ellas? ¿Es posible el entendimiento si una parte no desea escuchar a la otra?
                ¿En una sociedad que aspira a la convivencia armónica cómo se manifiesta y se consigue el equilibrio? ¿Debe ser un equilibrio estable o inestable, robusto o frágil? ¿Indiscutible o revisable? ¿Impuesto, sobrevenido, construido cooperativamente?
               
                Supongamos, Sofía,  que la armonía a la que aspiramos y su belleza, por qué no, deben basarse en estas cualidades: las partes se escuchan incondicionalmente, los canales de comunicación son de acceso igualitario, el equilibrio debe ser construido cooperativamente y revisado regularmente. Aunque lográsemos tal estatus, que no es poco, ¿es suficiente? Parece que nos falta como mínimo atender a nuestra vertiente natural. ¿Podemos permitirnos el lujo para que nuestra convivencia sea duradera de desatender nuestras necesidades naturales?
                En las cuentas del  Estado no veo por ninguna parte apuntes en el debe. ¿Qué pasará cuando la calidad del aire sea irrespirable? ¿Cuánto costará depurarlo? ¿Quién tendrá acceso al aire limpio? ¿Y con el agua no ocurre ya lo mismo? ¿Quién repondrá las materias primas? Los habitantes del hoy estamos consumiendo y destruyendo los recursos del mañana. Cuando tú dejas en funcionamiento una máquina sin necesidad le estás robando a Zenón parte de su futuro. Cuando celebras tu bienestar con un pantagruélico exceso probablemente estás borrando el bienestar futuro. Es la mentalidad del falso rico que se ve impelido a hacer demostración de opulencia.
                No es más rico quien más tiene, te lo aseguro. Es más rico quien más da. Quien atesora vive instalado en el miedo a la soledad. Quien da es porque tiene para sí y para el otro. Y curiosamente aquellos que dan suelen ser reincidentes, con lo que demuestran su enorme riqueza.


                No lo entiendo, Jean Jacques. Reincidir en la generosidad no te hace en sí más rico. Lo único seguro es que puede llegar un momento en que seas tú quien necesite de la generosidad de los demás.

                Este es el más grave error de la falsa convivencia, Sofía. Si hay algo que es seguro es que alguna vez vamos a necesitar la ayuda de los demás. El error es doble: creer que vamos a ser autosuficientes por el poder de la acumulación y creer que ser solidarios nos hace más pobres. Los flujos de convivencia deben estar abiertos multidireccionalmente. Todos somos parte de un todo y la supervivencia de ese todo garantiza la supervivencia de las partes. Ya lo hemos dicho antes: la soledad no es una opción. Cuando en un todo asociativo se van cerrando los canales de intercambio, la convivencia no es posible y los desequilibrios aumentan.


                Y ¿qué podemos hacer para garantizar la armonía de nuestra convivencia social, maestro?

                Buena pregunta, amiga. En primer lugar escuchar, que las partes se escuchen sin límites, sin prejuicios, ya que nadie nos asegura que haya una sola forma de armonía. De hecho, las armonías posibles son infinitas e inimaginables. En segundo lugar, imaginar. Imaginad las innumerables y más sorprendentes formas de armonía. La belleza de tantas posibilidades iluminará vuestra convivencia de un modo desconocido hasta ahora. Desconfiad de las soluciones rápidas y fáciles. Este es un proceso que debe aprender de la rotundidad y la meticulosidad de la evolución natural. Los fenómenos naturales se producen con una lentitud geológica. Por tanto, en tercer lugar, negociar. Negociad y acordad las condiciones de vuestra convivencia de manera geológica, como si estuvierais construyendo una cordillera o un mar.


                ¿Y nuestra relación con la naturaleza, Jean Jacques?
               
                No ha de variar en nada este planteamiento: escuchar, imaginar, negociar. El ser humano puede ser el gran jardinero de este planeta. Puede hacer crecer a su alrededor un esplendor natural jamás conocido. Puede hacer que esa riqueza biológica llegue más allá de la Tierra.  Pero un jardinero estudia y entiende su jardín. Vive gracias a él,  respeta la lentitud de las estaciones, crea nuevas combinaciones,  se adapta a los límites de algo que está por encima de él, de algo a lo que él también pertenece.
                No hemos considerado hasta ahora la dimensión de una convivencia global, planetaria. En nuestra mentalidad actual de cazadores nos hemos creído propietarios de la tierra,  del aire o del agua. Hemos ido esquilmando recursos, pensando que todo volvería a recuperarse ilimitadamente. Qué osadía, qué torpeza.
                Este es el tiempo de concebir una nueva generación a la que expliquemos sin miedo y sin vergüenza qué está ocurriendo y hacia dónde caminan los acontecimientos. Es nuestra obligación moral como padres de esa generación entregarnos por completo a esta empresa. La crisis será permanente. Si no es así, no avanzaremos, ya que cualquier indicio de final de crisis, de prosperidad, no sería más que un nuevo estancamiento suicida. Sólo se avanzará hacia la convivencia planetaria con el sacrificio de nuestra opulencia. Los únicos indicios que mostrarán que vamos por buen camino serán estos: la duda, la lentitud, el silencio, la cooperación, la generosidad, la entrega, la biodiversidad, la serenidad, la paz, el regreso a la aldea, la regresión de la ecúmene, la conversación, la amistad, la humildad, el compromiso, la sed insaciable de conocimiento, la meditación, la salud, la sinceridad, la honestidad, el ser.
                El ser.