Leo en el envés de tu moneda el lema de la revolución: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Nada más lejos de tener un precio.
Y me preguntas por esta paradoja, por el sinsentido en estos tiempos de pedir la libertad más absoluta; en el reino del feroz individualismo, del ocio y el consumo.
Busquemos más a fondo.
No somos nada si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Menos aún si renunciamos a conocer nuestro entorno con nuestros propios sentidos.
La verdadera revolución empieza hoy en el nacimiento del yo, el yo consciente, el yo que siente lo que le rodea, que le repugna o le fascina la realidad, porque la escucha, la huele, la acaricia. Que la comparte y la interpreta con sus semejantes en una inagotable danza de intercambios sin prejuicios. El yo consciente necesita descubrir por sí mismo sus debilidades y sus capacidades, y necesita asimismo actuar para ponerlas a prueba.
El yo consciente no puede madurar encerrado en sí mismo, no puede madurar conociendo o interpretando la realidad a través de la opinión o la experiencia de otros, no puede madurar dando la espalda a problemas o debilidades, no puede madurar sin actuar en consecuencia ante sus propias revelaciones, no debe renunciar a asumir toda su responsabilidad, no debe caer en la falacia del pesimismo ni del olvido fácil, no debe acomodarse en el aparente éxito que otorga el poder económico y social, no debe desear nada bueno sólo para él, no debe creer como excluyente la meritoria experiencia de un fracaso, no, porque la realidad demuestra tozudamente que todo y todos estamos íntimamente relacionados.
(Dime de qué habría de servirnos la igualdad sin libertad; todos esclavos, eso sí, sin diferencias. Una igualdad forzada desde las carencias, vacía.
Y, ¿te imaginas una fraternidad sin igualdad? Un nido de hipocresía sin medida. Porque ¿se puede concebir en la fraternidad la concesión de privilegios a unos en perjuicio de los otros?
En todo caso, tampoco puedo comprender la libertad sin igualdad. ¿Qué sería, un menú de libertades a la carta?
Ni la igualdad sin fraternidad: ¿configurar un escenario de desconfianzas y recelos?
Del mismo modo me horroriza una fraternidad sin libertad, siendo como sería la amputación del crecimiento real de cada individuo, la desesperanza, el conformismo.
O la libertad sin fraternidad; entre la indiferencia mutua, la antipatía o el conflicto.)
Íntimamente, cada uno de nosotros, habría de conocer bien cada episodio cotidiano de explotación, abuso, sometimiento o insolidaridad en el que ha participado: el hombre sobre la mujer, la madre sobre la hija, hermanos contra hermanos, hijos frente a padres, poderosos contra indefensos. ¿Acaso lo que hagan los demás puede llegar a ser eximente de la responsabilidad personal?
El yo consciente busca en sí mismo y es consecuente. Ser consecuente significa compromiso. En primer lugar, el compromiso contigo mismo para seguir avanzando y madurando interiormente. En segundo lugar, el compromiso con los demás para garantizar las condiciones que permitan a todo el mundo avanzar y madurar igualmente: la libertad, la igualdad y la fraternidad.
No es complicado, no es extenuante. Recuerda que todo está conectado y, si comienzas a moverte en esa dirección, descubrirás siempre nuevos agentes solidarios con tu marcha. Siempre.
Me conmueve tu insistencia en dudar de tantas cosas, en preguntarte el porqué de todo. Pero reconoce las respuestas cuando aparezcan y concédeles el mismo estatus de valor que a las preguntas. Podrás variar el rumbo, la intensidad, el medio, pero no renuncies a la inquietud de esta búsqueda permanente.
Tu moneda no cambiará el signo de los mercados, puedes estar seguro.
Tu moneda ha de cambiar el mundo; es un valor seguro: libertad, igualdad, fraternidad, compromiso y perseverancia.