Aquella
noche, como tantas otras, Sofía se había levantado, de nuevo vencida por el insomnio.
Había pasado muchos días, demasiados, buscando infructuosamente un empleo.
Encontró al maestro sentado junto al hogar, como de costumbre, ya que éste
dormía muy pocas horas.
- No sé
qué hacer, Jean Jacques. No sé qué estoy haciendo mal. De momento no nos falta
para salir adelante, pero los días van menguando nuestras reservas.
- Deja
que Emilio ponga en marcha su proyecto.
- ¿La
librería ambulante?
- ¿Por
qué no?
- Siento
que estoy empujándole a algo que no va con él. No veo a Emilio mercadeando con
la cultura.
- Creo
que te equivocas, Sofía. Para buscar soluciones hay que atreverse a transitar
nuevos caminos.
- Debo
admitir que ya no tengo soluciones. No hago más que pensar de qué manera
afrontar la situación, qué ha podido causar todo esto.
- Verás,
Sofía, yo desconfiaría en este momento del pensamiento en el sentido que lo
estás utilizando. El pensamiento no es lineal; no va de un lugar a otro
buscando conexiones que expliquen y faciliten las cosas, creando una red de
causas y consecuencias como una cota de malla que cubre pesadamente lo
desconocido. No busques causas, por tanto, no de ese modo.
- Entonces
¿cómo debo utilizar el pensamiento? ¿Cómo debo resolver el problema?
- El
pensamiento es circular: primero sondea el territorio ignoto, lo rodea, se
acerca, lo acaricia, penetra en algunas áreas, sale al exterior, lo sobrevuela,
identifica yacimientos y penetra. El problema sobreviene cuando, una vez dentro,
no puede salir y su propia naturaleza circular hace que dé vueltas y vueltas
dentro de una habitación como un gato encerrado.
- Yo soy
el gato encerrado, ¿no?
- Eso
parece. Plantéatelo así: para que tu pensamiento abrace lo desconocido debes
atraparlo con una fina malla, una ligera tela reticular, que deje circular a través
suyo corrientes de entrada y de salida. Tú no gobiernas esas corrientes, ni
ellas deben gobernarte a ti. Pero debes aprovechar la energía que te brindan.
- Así
pues, la idea de Emilio es un soplo de aire fresco en mi habitación cerrada.
- Lo
has entendido. Creo que deberías acompañarle y, es más, creo que deberíais
comenzar visitando aquellos valles en los que te buscábamos no hace tanto
tiempo, para poner distancia, para volver a encontrar el equilibrio que has
perdido.
El caso
es que algo de aire sí se notaba, y era frío. Convinieron ambos que la mejor
decisión que podían tomar era dormir y descansar.
Los
días venideros volvían a ser una promesa estimulante: explorar transiciones, implorar añoranzas, compartir yacimientos.