Desde
que desperté del coma experimento una profunda alteración: escucho los
pensamientos de las personas que están cerca de mí. Nada he comentado a Sofía,
ni a Zenón; sería embarazoso. Y desde el primer momento trato de librarme de
semejante tortura, sin suerte, por cierto.
Aunque os
pudiera parecer lo contrario, aborrezco escucharos. Me desespera la falta de
silencio y, a la vez, me aleja de mí mismo. Cada vez me cuesta más acomodarme
en mi interior a meditar, a sentirme por dentro.
Y es
que, si al menos algo de lo que oigo fuera de interés, de una mínima
profundidad o sensibilidad. Pero no. ¿Os habéis escuchado alguna vez vosotros
mismos? Toda vuestra acomodada cobardía, todo vuestro egoísmo –creo que más
cercano al autismo que a un simple mecanismo
de autodefensa-, toda vuestra interesada ignorancia, el tozudo individualismo,
la indiferente reincidencia en el sometimiento del prójimo, y tantos otros
lamentables vicios de reconocido prestigio.
Lo
único que os diré de Sofía y Zenón es que, en ocasiones tienen miedo; miedo a
no poder salir adelante, a no estar a la altura, a que todo los que nos rodea
se transforme en un gran bazar en el que
cada cosa tenga un precio y solamente los acaudalados puedan disfrutar del
aire, del agua y de la tierra.
Callad
de una vez, malditos charlatanes y escucharos en silencio. Sobre vuestro tumulto
se edifica la ignorancia; sobre vuestra ignorancia, el sometimiento, y sobre el
sometimiento, la perpetuación de una insensata dominación que no podrá
restablecer el equilibrio del mundo cuando éste quede definitivamente conmovido.
La vida
seguirá, pero ya sin nosotros.