viernes, 4 de julio de 2014

DAGUERROTIPO


  
                 Descoloridos por el tiempo, aquellos hombres y mujeres cargan todavía con todo el dolor de una amarga centuria.
                 Hay una maldición más infecta que la guerra, que es peor que haber vivido como un despojo entre combates, peor que morir una vez, peor que quedar atrapado en una fotografía y eternizar ese dolor.
                La maldición de verdad es haber sido olvidado. La maldición de verdad es ver desde el otro lado cómo nuevas levas de desgraciados ven humillada y violada su humanidad una y otra vez. Una y otra vez.
                De entre todo aquello que aconteció mientras Jean Jacques y yo flotábamos en una desesperante sopa de letargo más allá de todo tiempo, nada nos impresionó más, al regresar, que el relato de las guerras modernas.
                Ha cambiado la manera de matar, sí. Es lejana y cobarde. Es masiva. Es anónima. Es aséptica.
                Pero no ha cambiado la manera de morir. En ella no hay diferencia de raza, de sexo,  de edad, ni de época: todos acabamos siendo iguales ante la muerte. Entonces ¿por qué la guerra?  
                Sabed que la lengua de los muertos es una, una sola; que la patria de los muertos es una, una sola; que la raza de los muertos es una, una sola.
                No dejéis de escuchar cómo susurran con la voz quebrada por el agotamiento; ejércitos de miles de millones de víctimas suplicando no ser olvidadas. ¿Puede haber algo más triste? Me temo que cien años no han sido suficientes para entenderlo.
                Honremos pues su memoria con nuestro compromiso día a día y seamos dignos de una vida que ellos no pudieron ni soñar. Aunque el rubor de la vergüenza haga temblar nuestra voz al proclamarlo.