En
honor a la verdad, nada se ha ensanchado más en los últimos tiempos que la
certidumbre de nuestra ignorancia, al menos entre los círculos de la
“inteligencia”.
El
camino del conocimiento racional busca siempre sendas bien pavimentadas,
circuitos seguros, comprobables, replicables. Y, sin embargo, avizora fuera de
la ruta marcada paisajes tan ignotos como anhelados: es el difuso retrato de
todo aquello que ignoramos.
Pero la
Historia está repleta de visionarios, gentes que salieron de la vía del conocimiento
homologable, de los procedimientos tangibles y contemplaron con envidiable nitidez
esos paisajes imposibles, paisajes exteriores y paisajes interiores.
De este
modo el ser humano se sintió capaz de crear y recrear objetos y realidades que
no existían, que no eran razonablemente posibles: pensó en hacer volar
aparatos, en enviar mensajes a través de ondas, en habitar el fondo del mar, en
replicar células, en manejar máquinas con el pensamiento, en cultivar plantas
sin suelo, operar a distancia, viajar en el tiempo, abolir las hambrunas,
penetrar la mente o construir una sociedad justa.
Es esa
la senda del idealismo, sí. Una senda que se atreve a explorar terreno poco
seguro, tal vez no concluyente, pero altamente estimulante. De hecho tan
deseable, que nunca sabremos si las visiones fueron tales o sin serlo empujaron
a la humanidad a desear y alcanzar dichas utopías por el solo hecho de ser tan hermosas como ansiadas.
Y ¿por
qué unas personas han sido bendecidas con el don de tener estas visiones y
otras no? Mientras el común de los mortales pisa firme en el terreno de la
conciencia dirigiéndose hacia el ser, sospecho que estos pioneros se aventuran
a través del inconsciente hacia el poder ser. ¿Es, pues, el idealismo un modo
de conocimiento abordable desde el inconsciente?
Si
queremos ser honestos con nuestro corpus de conocimiento, admitamos que es
absurdo afirmar la imposibilidad de cualquier futurible. El verdadero legado de
toda la tradición del idealismo nos concede así montañas de esperanza. De modo
que es la voluntad de la inteligencia (consciente o inconsciente) lo que nos
mueve en una u otra dirección.
El
problema es que no está nada claro quién o qué mueve esta voluntad de la
inteligencia. ¿Debe el ser humano cumplir como imperativo moral con el cultivo
de su inteligencia?¿Es esta la única manera de garantizar que la evolución
sigue un curso correcto?
Seamos
o no dueños de las ideas, estemos o no determinados a crecer en ellas, perseveremos lúdica y
lúcidamente sin descanso en el idealismo.