Desde la torpeza de un juicio rápido
e imprudente diríase que Jean Jacques languidece en estos últimos días. La
apariencia de pesadumbre, la atonía, la ausencia premeditada son un falso
reflejo de su verdadero estado de ánimo. Permanece horas y horas en silencio
observando la intimidad de cualquier detalle o, tal vez detallando íntimamente
la observación de su propio silencio. En ocasiones cobra presencia y nos sorprende con breves comentarios
difícilmente inteligibles.
El último fue especialmente atractivo.
“Yo creía –dijo- que la infinitud de lo desconocido acabaría sumiéndome en la
desesperación. En cambio, después de tantos años; tantos y tantos años,… no
puedo imaginar un regalo más precioso que un receptáculo de saber que jamás
podré colmar.” Y tras decir esto, volvió a sus meditaciones frente al fuego.