Fue hace más de cien años.
No abundaban las buenas noticias y
no era un buen momento para publicar una novela vitalista, alegre, desenfadada
pero profunda. Su autor, Romain Rolland,
ya había presentido la guerra en su obra magna: Juan Cristóbal . Y, sin embargo, tras esa “atmósfera
trágica” sintió, como él confesaba, “una necesidad invencible de libre alegría
gala”.
Efectivamente, no le fue posible
publicar Colas Breugnon hasta 1919. ¡Para hablar de una historia que
trascurría a lo largo del año 1616!… Curioso juego de fechas.
Dejemos al autor confesarnos su
experiencia:
“Me había refugiado en el campo,
solo, cerca de un viñedo. […] Estaba totalmente embebido de la vida de la
tierra y de los seres. […] Al escribir reía. El día pasaba rápido. Cada nueva
mañana estaba, como Colas, debajo del árbol de los pájaros; deliraba con los
cantos de la vida que vuelve a abrirse. […] Semanas, meses de insomnio casi
totales”.
Colas Breugnon, maestro ebanista
de Clamecy, con “cincuenta años bien cumplidos”, y bien fundamentado en
“leyendas nivernesas” de aquella Borgoña en el cambio del siglo XVI al XVII
“donde lo moderno y lo antiguo hacen cama común”, pasa en este soberbio relato
de ser un hombre feliz, satisfecho, que disfruta de una manera sencilla de la vida,
a verse comprometido por durísimas pruebas que le conducen a la reflexión y
remueven su conciencia. Pero, como no podía ser de otro modo, el relato es
circular; viene de la alegría por la vida y hacia ella conduce finalmente.
Colas Breugnon me
conmovió, me divirtió, me acercó a una cierta forma de sabiduría que su autor, Romain Rolland, encontró en dos fuentes
complementarias: el origen y las filosofías orientales. No hay que olvidar su
acercamiento a las figuras de Gandhi, Ramakrishna o Vivekananda, así como su
pasión por la música. (Todo esto podría muy bien ser el escenario de una fábula
“retroprogresiva” en terminología de Salvador
Pánikker).
Han pasado nada menos que cien años
desde que, en Suiza, durante el mes de julio de 1914, Romain Rolland corregía ya las pruebas de edición de su Colas
para el editor Humblot…
(Tuve la fortuna de pasar un par
de veces por Clamecy –sin detenerme- y admirar su paisaje antiguo y fértil,
después de haber leído esta novela. Y me sentí atrapado por un vínculo que no
me abandona; la sensación de ser depositario de una herencia).
…un mes después nacía en Bruselas
otro Colas centenario de la literatura, este bien vivo, llamado cronopio,
quiero decir Julio, que tal vez
fuera depositario de esa herencia antes que yo.
¿Y
en 2020?