El blog
Estación Suipacha nació el 4 de octubre de 2011 con la intención de formalizar
una réplica digital de lo que había sido un pequeño espacio radiofónico sobre
literatura a finales de los ochenta. Los protagonistas del Estación Suipacha
radiofónico éramos Francisco Ortiz, Juan Fernández Herrezuelo y yo mismo, José
Luis Campos.
La
primera iniciativa consistía en escribir un texto que fuera un elogio del
silencio. Y lo hicimos, los tres “Elogios del silencio” vieron la luz, pero no
en este blog. Razones de peso malograron la iniciativa colectiva.
Así
comenzó una andadura en solitario que, tras los primeros balbuceos, fue tomando
forma con una regularidad de publicaciones cada diez días, más o menos: todos
los días 4, 14 y 24, de modo que el día 4 yo publicaba un texto de ficción y
los otros dos, normalmente una cita de algún libro que me ocupaba en esas
fechas.
En la
parte de ficción me permití recuperar un viejo proyecto de juventud: una nueva
visión de Emilio, de Rousseau, -libro que recomiendo encarecidamente (a
excepción de su parte final, en que trata con poca fortuna de la educación de
la mujer)-. De este modo, Jean Jacques, Emilio y Sofía me han ayudado a
materializar todo un mundo de pensamientos que de otro modo no hubieran visto
la luz.
De
alguna manera, cuando las peripecias de este nuevo Emilio habían llegado al
punto de partida: el silencio, volvió con fuerza la idea de compartir el blog
con Juan y Paco. Y eso es lo que va a suceder a partir de ahora. Este blog se
convierte en una tertulia, la versión digital de lo que fue la primera Tertulia
de la Calle Suipacha.
Para no
abandonar mi compromiso individual he iniciado desde el 14 de enero un nuevo
blog: Cuaderno de Zenón, en el que continúa la aventura de publicar citas de
los autores que fueron apareciendo en Estación Suipacha durante estos cuatro
años y pico. En Cuaderno de Zenón tendréis una cita cada día de un total de
treinta y un autores. Cada mes esos autores aparecerán en el mismo orden que el
mes anterior. Espero que disfrutéis con
ello tanto como yo mismo.
Como
decía Thoreau: “allá donde tomaba asiento podía
vivir, y el paisaje se desprendía de mí”. Nos acomodamos en el locutorio,
abrimos micrófonos y… alehop, el paisaje nace de nuevo.