La
distancia entre Emilio y yo es a menudo consecuencia de una correlación de
hechos físicos, constantes carambolas del ir o venir que nos ocupa, pero
también puede deberse a una infrecuencia de estados metafísicos que ensanchan el
espacio entre nosotros expandiendo el interior, desplazando a la periferia
latente la presencia del otro.
En esa
inmensidad la comunicación queda reducida a una palpitación íntima. Es lo más
parecido a la libertad que yo conozco. Y es el estado en que acaba de ingresar
Emilio.
Y es
también el mayor estado de sufrimiento que conozco; sólo regresará cuando logre
consolar el dolor de la impotencia que le produce todo aquello que no comprende.
En
ocasiones he sentido que la palpitación que nos unía era la última. Y cuanto
más última, más íntima. Y cuanto más íntima, más pródiga. Hasta sublimar la
conciencia en una suerte de comprensión mutua que acababa despertando de nuevo
su ansia por vivir.
Y
volver a nacer. Al contraer el espacio entre nosotros y amarse. O ser amado.
Pero
hasta ese momento…