Pero lo
cierto es que hay demasiados miedos que se agarran a la realidad cual pústula, llegando
a ocultar su verdadera naturaleza. Al pensar en la ausencia de Jean Jacques, lo
primero que me asaltó fue el miedo al futuro, un futuro que no es ni más ni menos
que la morada de los días concedidos al porvenir de nuestros hijos, que
esperamos que sean muchos y muy venturosos.
¿Qué
podéis esperar de una madre? Corren tiempos de una gran incertidumbre para toda
una generación de jóvenes de gran talento. Miro a su alrededor y veo un mundo
empobrecido, sumido en el estrés de una explotación salvaje, decantándose hacia
el caos. Por más que intento no alimentar esta tormenta perfecta, hay
demasiadas fuerzas conmoviendo el orden que hemos conocido.
Es en
esta circunstancia cuando nos encontramos Zenón, Emilio y yo en el salón y le
transmito a nuestro hijo mis obsesiones. Sin embargo, la respuesta que obtengo
no es la que esperaba. Me habla de un experimento con animales de laboratorio,
de cómo los acostumbran a tomar agua con azúcar y, al cabo de unos días,
disminuyen la proporción de azúcar hasta provocar un estado de frustración por
una expectativa no cumplida. Frente a éstos, sendas jaulas resultan ser morada
de otros infelices a los que no han proporcionado la solución edulcorada. No
esperan su ración de azúcar en el agua y, por tanto, no experimentan ningún
tipo de frustración: no hay expectativa de “dulce porvenir”.
“¿Qué
crees que va a pasar con nosotros, mamá?” me dice Zenón. “¿Cuáles crees que
pueden ser nuestras expectativas?”
Emilio
le observa y apostilla: “¿Cómo es posible que no seamos capaces de ver el mundo
con vuestros ojos?... ¿Incluso de vernos a nosotros mismos con vuestros ojos?”