Había
regresado Zenón de un largo fin de semana fuera de casa y nos disponíamos a
comer juntos, cuando Sofía venía algo alterada de no se sabe dónde. Traía en su
mano una carta cerrada y nos buscaba como si la que se hubiese perdido fuera
ella.
-
Estamos aquí, en la cocina, Sofía.
- Ay,
madre mía, no os lo vais a creer. Estaba buscando en la biblioteca el libro de
recetas veganas y al moverlo, ha caído este sobre cerrado, con letra inconfundible
de Jean Jacques. No nos dijo nada sobre él.
Evidentemente
ninguno de nosotros dudaba de que debíamos abrirlo de inmediato y leer su
contenido, pero no nos atrevíamos a mover ni un dedo. Nos mirábamos, mirábamos la misiva sobre la
mesa y creo que me traicionó el pensamiento al verbalizar mis conclusiones tal
y como me venían a la mente.
- Si lo
dejó junto al libro de recetas, es que quería que la leyera Zenón. Él es el
verdadero aficionado a la cocina en esta casa.
-
Tienes razón, Emilio. Pero supongo que podemos escuchar, ¿no?
Sí,
podríamos escuchar, sin duda. Pero la carga emocional era especialmente intensa
si aceptábamos que había una intención manifiesta por parte del maestro en relación
a quién debía encontrar este mensaje.
Y así,
nuestro hijo abrió el sobre con su estilete, extrajo las hojas, dejó que
respirasen el suave aroma de especias que moraba en la estancia y se dispuso a
leer…