jueves, 24 de noviembre de 2011

LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD

        


            Leo en el envés de tu moneda el lema de la revolución: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Nada más lejos de tener un precio.
            Y me preguntas por esta paradoja, por el sinsentido en estos tiempos de pedir la libertad más absoluta; en el reino del feroz individualismo, del ocio y el consumo.
            Busquemos más a fondo.
            No somos nada si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Menos aún si renunciamos a conocer nuestro entorno con nuestros propios sentidos.
            La verdadera revolución empieza hoy en el nacimiento del yo, el yo consciente, el yo que siente lo que le rodea, que le repugna o le fascina la realidad, porque la escucha, la huele, la acaricia. Que la comparte y la interpreta con sus semejantes en una inagotable danza de intercambios sin prejuicios. El yo consciente necesita descubrir por sí mismo sus debilidades y sus capacidades, y necesita asimismo actuar para ponerlas a prueba.
            El yo consciente no puede madurar encerrado en sí mismo, no puede madurar conociendo o interpretando la realidad a través de la opinión o la experiencia de otros, no puede madurar dando la espalda a problemas o debilidades, no puede madurar sin actuar en consecuencia ante sus propias revelaciones, no debe renunciar a asumir toda su responsabilidad, no debe caer en la falacia del pesimismo ni del olvido fácil, no debe acomodarse en el aparente éxito que otorga el poder económico y social, no debe desear nada bueno sólo para él, no debe creer como excluyente la meritoria experiencia de un fracaso, no, porque la realidad demuestra tozudamente que todo y todos estamos íntimamente relacionados.

            (Dime de qué habría de servirnos la igualdad sin libertad; todos esclavos, eso sí, sin diferencias. Una igualdad forzada desde las carencias, vacía.
            Y, ¿te imaginas una fraternidad sin igualdad? Un nido de hipocresía sin medida. Porque ¿se puede concebir en la fraternidad la concesión de privilegios a unos en perjuicio de los otros?
            En todo caso, tampoco puedo comprender la libertad sin igualdad. ¿Qué sería, un menú de libertades a la carta?
            Ni la igualdad sin fraternidad: ¿configurar  un escenario de desconfianzas y recelos?
            Del mismo modo me horroriza una fraternidad sin libertad, siendo como sería la amputación del crecimiento real de cada individuo, la desesperanza, el conformismo.
            O la libertad sin fraternidad; entre la indiferencia mutua, la antipatía o el conflicto.)

            Íntimamente, cada uno de nosotros, habría de conocer bien cada episodio cotidiano de explotación, abuso, sometimiento o insolidaridad en el que ha participado: el hombre sobre la mujer, la madre sobre la hija, hermanos contra hermanos, hijos frente a padres, poderosos contra indefensos. ¿Acaso lo que hagan los demás puede llegar a ser eximente de la responsabilidad personal?
            El yo consciente busca en sí mismo y es consecuente. Ser consecuente significa compromiso. En primer lugar, el compromiso contigo mismo para seguir avanzando y madurando interiormente. En segundo lugar, el compromiso con los demás para garantizar las condiciones que permitan a todo el mundo avanzar y madurar igualmente: la libertad, la igualdad y la fraternidad.
            No es complicado, no es extenuante. Recuerda que todo está conectado y, si comienzas a moverte en esa dirección, descubrirás siempre nuevos agentes solidarios con tu marcha. Siempre.
            Me conmueve tu insistencia en dudar de tantas cosas, en preguntarte el porqué de todo. Pero reconoce las respuestas cuando aparezcan y concédeles el mismo estatus de valor que a las preguntas. Podrás variar el rumbo, la intensidad, el medio, pero no renuncies a la inquietud de esta búsqueda permanente.
            Tu moneda no cambiará el signo de los mercados, puedes estar seguro.
            Tu moneda ha de cambiar el mundo; es un valor seguro: libertad, igualdad, fraternidad, compromiso y perseverancia.

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL POR-VENIR DEL PRESENTE

             « Que de voix vont s’élever contre moi! J’entends de loin les clameurs de cette fausse sagesse qui nous jette incessamment hors de nous, qui compte toujours le présent pour rien, et poursuivant sans relâche un avenir qui fuit à mesure qu’on avance, à force de nous transporter où nous ne sommes pas, nous transporte où nous ne serons jamais. »

J. J. Rousseau

            ¡Cuántas voces se van a levantar contra mí! ¡Oigo de lejos los clamores de esa falsa sabiduría que nos echa incesantemente fuera de nosotros, que desprecia siempre el tiempo presente, y persiguiendo sin descanso un porvenir que huye a medida que avanzamos, y que a fuerza de querer trasladarnos adonde no estamos, nos transporta hacia donde no estaremos jamás!



viernes, 4 de noviembre de 2011

EMILIO, SIGLO XXI

            Emilio ha despertado de un largo sueño. Abre los ojos y el mundo que conoció, el mundo sobre el que le instruyeron ya no está. Reconoce aspectos de su vida y sus costumbres en algunos casos, pero se siente indefenso.
            Y como criatura inquieta y neonata comienza a plantearse preguntas y más preguntas que de momento nadie responde.
            ¿Por qué hay tanto ruido? ¿Cómo es capaz de vivir así esta gente?
            Observa vehículos autónomos que no necesitan de ninguna bestia para moverse y que circulan a unas velocidades que le producen vértigo. Y le asombra una multitud de personas en calles de inmaculada limpieza aparentemente ajenos unos de los otros y en convivencia suicida con estos carromatos veloces.
            ¿Qué estación del año debe de ser? Reconoce apenas los indicios de algunos árboles que han perdido sus hojas y un tiempo tibio desdibujando su razonamiento.
            En las enormes edificaciones proliferan los ciudadanos encarando unas pantallas luminosas y tecleando una especie de pianoforte con pequeñas teclas de letras. Su concentración es tal que pueden pasar horas y horas sin comunicarse con las otras personas que están en idénticas circunstancias junto a ellos.  De hecho, Emilio observa con estupor que las personas que caminan por la calle no hablan entre ellos.
            ¿Dónde están los animales? Tan sólo algunos pájaros de horribles graznidos se dejan ver en este extravagante biotopo, además de unas palomas sucias y, en algunos casos, lastimadas por heridas impropias de un lugar sin aparentes depredadores. No hay rastro de caballerías, los perros no son libres, y las únicas piezas de ganado que ha podido descubrir son las que muestran las tiendas, perfectamente despiezadas, envueltas como si fueran para regalar y en una abundancia que no puede llegar a cuantificar razonablemente.
            Pero, por Dios ¿Qué llevo puesto? Emilio no había reparado en su indumentaria. Unos calzones ceñidos y de un tejido áspero. Un camisón corto, unos zapatos estilizados. Un aparato extraño en el bolsillo que descubre extraordinariamente común entre sus semejantes. Ellos acercan este aparato a la oreja y en ocasiones hablan con nadie como en un ensayo de teatro a solas.
            Es demasiado. Repentinamente ese aparato comienza a emitir una melodía de manera repetitiva e insolente. Mira la pantalla y ve escrito un nombre: Jean Jacques.